Una historia hermosísima

Cuando Marcelo Gallardo convocó este jueves al mediodía a una conferencia de prensa en el Monumental, los corazones de los riverplatenses se volvieron a paralizar. Como en cada cierre de temporada, el DT había hecho su balance para evaluar, solo consigo mismo, si reunía las fuerzas necesarias para seguir al frente del plantel.

Esta mecánica ya habitual, que muchas veces para los hinchas había resultado en días o hasta semanas de sufrimiento, en esta oportunidad tuvo una resolución fugaz y expeditiva, aunque con la decisión contraria a lo que la mayoría hubiese deseado: el Muñeco le puso punto final a su etapa en River.

Más allá de las reiteradas muestras de apoyo públicas de la dirigencia y de las odas de un público que le profesa amor incondicional, el ídolo del Millonario cumplió con la palabra de ser fiel a su sentimiento y no aferrarse al cargo si no se sentía en plenitud, un discurso que sostuvo desde su primera renovación.

Del “Vamos por más” al “Si me quedo es para redoblar apuestas”. Del “Estoy en el lugar más lindo del mundo” al “Elijo seguir estando”. Cada ratificación en el puesto de entrenador tuvo para Gallardo un fundamento en esa sensación de haberse consagrado no solo como un líder multicampeón, sino también como un brillante intérprete de los momentos.

Esta vez, dijo basta. Fue un año desgastante, sin vueltas olímpicas, casi sin ilusiones y con muchos vaivenes futbolísticos que por momentos desdibujaron su imagen, la de un ganador nato, comparable con muy pocos por su voracidad competitiva y su sentido de pertenencia.

La inevitable incertidumbre por el futuro y una acefalía que no se sentía en Núñez desde hace casi una década invaden hoy un escenario donde durante mucho tiempo la única certeza fue Napoleón.

Tuvo de las buenas, de las muy buenas y de las eternas. También de las malas y de las especialmente dolorosas. En el balance, sus fieles devotos lo siguieron eligiendo hasta ayer, quizás en su temporada más floja, cuando corearon el clásico “Gallardo es de River, de River no se va” que sonaba cada vez que se acercaba el final de su contrato.

Todo lo que viene está por definirse, porque todo lo que giraba en torno a una figura que se había ganado por mérito propio la llave del club ahora debe reencauzarse y planificarse con un nuevo proyecto. Mientras comienza la danza de nombres, los fanáticos que llevan una Banda Roja en su corazón solo quieren despedir a su héroe que, según sus propias palabras, se marcha con la paz interna que necesitaba.

El domingo el Monumental se rendirá, entre lágrimas y recuerdos, ante un hombre que en los últimos ocho años y medio construyó una leyenda imborrable. “Una historia hermosísima”, como él la definió. Y en medio de un océano de dudas, deja una esperanza: los caminos de Gallardo y River, tarde o temprano, volverán a cruzarse.