RIVER PLATE
River construyó otra noche épica para salir a flote
Después de una semana difícil desde lo futbolístico y lo anímico, el equipo de Marcelo Gallardo volvió a encender su fuego sagrado y consiguió una victoria inolvidable por la Copa Libertadores.
La clasificación a cuartos de final de la Copa de la Liga y el empate agónico frente a Junior en Barranquilla habían dejado a River muy bien parado para encarar el tramo final del primer semestre de 2021. Pero en menos de una semana, todos sus planes se vieron trastocados.
Las 20 bajas por contagios de COVID-19 en el plantel no solo obligaron al equipo de Marcelo Gallardo a presentar una formación alternativa y con algunos chicos de las Inferiores en el Superclásico que de manera heroica pudo llevar a los penales. También pusieron en jaque sus aspiraciones de avanzar en la Copa Libertadores.
A la preocupación natural por el brote del virus y la derrota ante el rival de toda la vida se sumaron dos cachetazos más el martes: la confirmación de que la CONMEBOL no dejaría al conjunto de Núñez agregar a la lista a sus dos arqueros juveniles y la victoria de Junior en el Maracaná.
Con ese panorama, un River que venía llevando adelante una buena campaña copera (un triunfo de local y tres empates de visitante) sabía que debería afrontar disminuido sus últimos dos compromisos y que si caía en ambos se despediría de la competición.
Enzo Pérez, referente y ya ídolo de la institución, asumió la responsabilidad de ponerse los guantes pese a su distensión en el isquiotibial derecho y el Muñeco paró en la cancha a los únicos 11 soldados con los que contaba. Pese a que Javier Pinola se puso a disposición, se decidió a último momento no arriesgarlo.
Todo lo que vino después solo revalidó el espíritu de un ciclo que se caracterizó por esta clase de proezas. Por la angustiosa clasificación y la victoria sobre el Boca con puntaje ideal en 2015, por las remontadas en Brasil contra Cruzeiro y Gremio, por el 8-0 a Jorge Wilstermann, por la imborrable final de Madrid.
Un club siempre protagonista pero históricamente no tan acostumbrado a las hazañas en el plano continental naturalizó de un tiempo a esta parte el nunca darse por vencido, aún frente a las adversidades más ridículas, y consiguió el respeto absoluto de sus competidores en Sudamérica.
Para ganar este miércoles, River jugó el partido perfecto. Fue efectivo y pegó de entrada, antes de que las piernas empezaran a pesar. Se paró lo más lejos posible de su improvisado arquero. Tuvo tres marcadores centrales que despejaron todo lo que les pasó cerca. Le añadió una dosis de sacrificio al momento en el que las energías ya no alcanzaban.
Fue otra noche de sonrisas con los dientes apretados, de puños en alto, de gritos contenidos que afloraron con orgullo. Otra jornada de desahogo y de esperanzas renovadas, con la certeza de que mientras haya un desafío por delante, valdrán la pena todos los esfuerzos mancomunados.
La próxima semana hará falta al menos un empate contra Fluminense para asegurar el pase a los octavos de final. No será sencillo, pero quedará apoyarse una vez más en el alma de un equipo que no claudica y que volvió a regalarles a sus hinchas un motivo para ilusionarse.