¡Campeones para siempre!

La cachetada que nos pegó Arabia Saudita en el debut, el desahogo contra México cuando la cosa se ponía brava, la expectativa frente a Polonia para ver de qué lado del cuadro caíamos, el sufrimiento en la última jugada contra Australia, los nervios y la emoción ante Países Bajos tras una definición agónica, el regocijo después de la goleada a Croacia y las lágrimas derramadas por haber alcanzado la gloria eterna en la final vs. Francia.

También las cábalas, las costumbres, los rituales, los rezos a Maradona y Messi, las juntadas con amigos o familiares, las excusas en el trabajo, el andar apurados por las calles para llegar a ver los partidos, el sacrificio de quienes gastaron hasta lo que no tenían para viajar a Doha y las promesas hechas que habrá que cumplir.

A partir de ahora, cuando la vida nos tire alguna pálida, tendremos la carta de la Copa del Mundo en la manga para contrarrestar cualquier situación adversa. Porque el fútbol nos regaló esa cuota de felicidad que tanto necesitábamos como país, además de darnos el privilegio de contarle a la generaciones que vendrán lo que tantas veces nos contaron a nosotros.

Somos el estallido del grito contenido. Somos la revancha de todos aquellos que no pudieron reír sin llorar. Somos la tierra de Diego y Lionel. Somos Argentina. Somos campeones del mundo. ¡Qué lindo es ser de acá!