Amar sin ver: Maradona trasciende generaciones
El sentimiento de quienes ni siquiera lo vieron jugar un partido, pero se aferran a este fenómeno inigualable puede describirse con una palabra: Diego.
No lo vi dar la vuelta en el Mundial Juvenil de Japón 1979 ni tampoco los cuatro goles que le hizo aquella tarde a Hugo Orlando "Loco" Gatti, jugando para Argentinos Juniors.
No vi su llegada a Boca en 1981, en donde no solo festejó el Torneo Metropolitano sino también se dio el lujo de desparramar al Ubaldo Matildo Fillol por toda la Bombonera, en un Superclásico que terminó en goleada.
No vi cómo el pibe de Villa Fiorito cruzaba el océano para desembarcar en Barcelona, la ciudad que, según dicen, le cambió la vida para siempre.
No vi su obra maestra en Nápoles, donde además de ganar algunos títulos que hoy se siguen festejando, tuvo la valentía para girar el mapa y poner al Sur arriba del Norte por primera vez en la historia.
No vi sus dos goles a Inglaterra y la consagración en México 86, la asistencia al "Pájaro" Caniggia contra Brasil, el “hijos de mil puta” cuando nos chiflaban el himno y la frustración del Mundial 1994, cuando le cortaron las piernas y le soltaron la mano.
No vi su fútbol, su guapeza, su amor por la camiseta argentina, su valentía para afrontar los partidos importantes, su manera de enfrentar al poder, nada. Siendo sincero, un poco triste me pone haber nacido en otra época. Pero me contaron su historia con tanta pasión, que hicieron que me enamorara para siempre.