FLAMENGO 2-1 RIVER
Con las botas puestas
River reconoció la derrota con la hidalguía de los grandes equipos, entre el dolor de lo que pudo haber sido y la tranquilidad de haber dejado todo.
"Todos ganan y pierden, no existe nadie que haya ganado siempre". Allá por 2013, cuando todavía no aparecía en el horizonte la posibilidad de dirigir a River y su cuenta de Twitter estaba activa como un canal de comunicación habitual, Marcelo Gallardo sentaba su postura sobre la aceptación de las derrotas. Este sábado, sus futbolistas recibieron un duro golpe: acompañados de una multitud que hizo enormes sacrificios económicos y logísticos para llegar hasta Lima, el bicampeonato de América se les escurrió de las manos cuando quedaba apenas un puñado de minutos para una nueva consagración.
En el contexto del ciclo más exitoso en la historia del club, con un plantel contagiado de una ambición voraz y acostumbrado a no fallar en estas situaciones, el cachetazo resultó todavía más fuerte. Por la cercanía con el objetivo, por la forma en que se dio la caída y por las ilusiones que, esta vez, quedaron en el camino.
Pero aunque no sirva de consuelo, el Millonario volvió a estar a la altura. Con un planteo inteligente que neutralizó a un poderoso rival durante la mayor parte del partido, la disciplina táctica de cada uno de los intérpretes y el sacrificio individual como bandera, volvió a quedar claro que cuando le toque perder, será siempre de esta manera. Con seriedad, con responsabilidad, con entrega, con compromiso, con respeto por una idea y sin excusas.
En Perú, River no ejerció una clara superioridad sobre Flamengo, pero sí le anuló durante la mayor parte del encuentro los circuitos de juego, sufrió poco y atacó con decisión, sobre todo en el primer tiempo. Sin embargo, la Copa no permite licencias: un error volvió a meter en partido a los brasileños y su inmenso poder de fuego hizo el resto.
Se podrán hacer incontables análisis, pero si la final volviera a jugarse, los del Muñeco tendrían poco para corregir. Lo cierto es que del lado de enfrente estaba el flamante campeón de América, que alcanzó el logro por la jerarquía de sus delanteros y en particular por no haber perdonado las concesiones que su oponente le entregó en momentos determinantes.
En la vorágine de la competencia constante, Pratto, que había sido uno de los principales héroes en la gesta de 2018, en esta oportunidad generó el contragolpe del que derivó el tanto del empate. En ese instante se derrumbó la esperanza. Más allá de que después llegó el segundo gol -también por un cierre flojo de Pinola y un desentendimiento con Martínez Quarta-, camino al alargue la historia ya parecía sentenciada: el equipo argentino había jugado el último tramo con más corazón que piernas, resistiendo con la poca energía que le quedaba, y el Mengão lucía mucho más entero para disputar otros 30 minutos.
En medio de las lágrimas y la frustración por el desenlace, hubo aplausos de gratitud de los riverplatenses para sus jugadores y muy poco para reprochar. Los éxitos recientes y el hecho de haber eliminado a Boca en semifinales atenuaron un poco el dolor. Como suele decir el propio Gallardo y como sucede en cada partido decisivo, el hincha se volvió a sentir representado dentro de la cancha.
Pasaron luego la claridad de Enzo Pérez ante los micrófonos, el llanto de bronca de Montiel, la entrega de medallas con la frente en alto y el reconocimiento de los rivales. Todas muestras de un proceso que evidencia madurez, capacidad de autocrítica, deseo de ir siempre por más, hidalguía en los traspiés y despierta admiración del resto del mundo del fútbol.
El DT no confirmó que seguirá después de diciembre, pero sí se refirió al futuro y adelantó que hará su balance habitual cuando termine el año. Mientras intenta enfocar a los suyos en la final de la Copa Argentina que se avecina, fiel a su estilo, probablemente esté pensando en su revancha en la próxima Libertadores.