Lima, una sede de espaldas a la gente
La historia se repite y la bronca se reaviva. No se trata en estos casos del enojo de los perdedores, sino de los que se quedan en el camino. De aquellos que quedan eliminados de la Copa Libertadores aunque su equipo la siga disputando.
A menos de un año de la increíble decisión de hacer jugar una final de América en Madrid, miles de hinchas que nada tuvieron que ver con la agresión al micro de Boca del 24 de noviembre pasado y mucho menos con el clima socio-político actual de Chile y con la demora de la CONMEBOL para decidir el cambio de sede vuelven a encontrarse con la nariz contra el vidrio, viendo pasar los preparativos de una fiesta que los excluye.
El proyecto de la final única, en un continente con distancias mucho mayores que las de Europa, con salarios mucho menores y con vuelos mucho más costosos, ya sonaba descabellado de antemano. Sólo desde la voracidad del negocio puede explicarse que se restrinja la posibilidad de estar presentes a tantos seguidores habituales de los clubes involucrados, en favor de un público neutral y de los sponsors que, curiosamente, venden la competición como un hecho inigualable desde lo pasional.
Mientras con una sonrisa los guionistas de esta nueva obra para pocos anunciaban en conferencia de prensa que Lima era la mejor opción, los mismos de siempre miraban desolados sus pasajes a Santiago y sus reservas de entradas confirmadas para un partido que nunca se va a jugar.
Si la situación económica ya hacía difícil cruzar la Cordillera, llegar hasta Perú es casi imposible. Sin accesos cercanos por vía terrestre, los valores de los aéreos se multiplicaron en pocos minutos, no sólo desde Buenos Aires, sino desde todas las ciudades de Argentina y desde el resto de Sudamérica. Cualquier combinación hacia la capital peruana no baja de los 1000 dólares, a los que hay que sumarles el alojamiento y el costo de vida. Asunción o Montevideo, plazas mucho más accesibles, quedaron descartadas por distintos factores.
Es válido aclarar que, al igual que en 2018, la confederación no tuvo ninguna responsabilidad en el motivo de la suspensión del encuentro tal como estaba programado. Pero con el problema ya creado, el manejo de crisis volvió a responder al mismo patrón: la determinación se tomó de espaldas a la gente. Después de haber confirmado y reconfirmado el escenario original, de haber vendido todos los tickets y de haber dado luz verde para que los fanáticos organicen sus viajes, se los dejó desamparados.
Por un imprevisto, la CONMEBOL tuvo en sus manos la chance de reelegir la sede conociendo a los equipos que van a enfrentarse. Aún así, se inclinó por una de las más lejanas para ambos, de las más caras para trasladarse y a la que sólo se puede llegar en avión.
Los privilegiados estarán en la gran cita. Los que no puedan gastar dos sueldos o pedir una semana en sus trabajos volverán a verla por televisión. Como en la edición anterior, cuando el tiempo se detuvo en ese Monumental repleto que esperaba por el Superclásico más ansiado de la historia, muchos abrazos no podrán concretarse.
El sueño de la peregrinación riverplatense a Chile como revancha personal para los que no llegaron al Santiago Bernabéu el último 9 de diciembre deberá seguir esperando. Las reglas del juego volvieron a cambiar sobre la marcha y la comunión de los fieles ante la posibilidad de festejar juntos un nuevo título se transformó, una vez más, en un "sálvese quien pueda".