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RIVER PLATE

River, el VAR y el peso de la opinión pública

El Millonario es señalado cada vez que se utiliza la tecnología para determinar un fallo a su favor. La influencia real, los antecedentes y los vicios del arbitraje en Sudamérica.

River, el VAR y el peso de la opinión pública
JUAN MABROMATAAFP

"Es muy fácil así. Mirá que nos sacaron de la Copa igual. Así nos sacaron de la Copa. Nos sacaron igual de la Copa. Inventaron el VAR". Las palabras pronunciadas por Enzo Pérez durante un Superclásico en noviembre de 2017, que en su momento fueron motivo de burla, desaparecieron de la memoria colectiva.

La bronca del mediocampista respondía a la eliminación que su equipo había sufrido pocos días antes en Lanús, donde Wilmar Roldán en la cancha y Andrés Cunha en la cabina habían omitido primero un penal que podría haber liquidado el partido y luego una agresión a Ariel Rojas de la que devino un gol del Granate.

El enojo fue grande, pero luego la autocrítica puertas adentro también fue profunda: el equipo de Gallardo no fue derrotado en aquella serie por el VAR, sino por haber perdido la cabeza con un fallo injusto cuando llevaba tres goles de ventaja. Algo imperdonable en el marco de una Libertadores e impropio del Millonario y su fortaleza anímica en este ciclo.

Hoy River, que fue el primer perjudicado tras la implementación de un sistema que aún no funciona como debería en Sudamérica, es señalado cada vez que la tecnología interviene -o no interviene- para cobrar algo a su favor. Esté bien cobrado o no. Y hay un punto de inflexión en esa tendencia: la falta dentro del área de Pinola a Benítez que Anderson Daronco no sancionó en los cuartos de final de la edición pasada.

No es novedad que en el certamen más tradicional del continente se vieron históricamente arbitrajes malos, localistas y en algunos casos hasta sospechados de responder a algún interés. Era igual cuando no había VAR ni repeticiones desde 10 ángulos diferentes. Era igual cuando los partidos ni siquiera se televisaban. Algunas de esas injusticias, por lo general, fueron aceptadas por el común de los clubes casi como un factor más de la Copa.

En las 60 Libertadores que se llevan disputadas, se dijo de los campeones: que el Estudiantes de Zubeldía jugaba al límite del reglamento con complicidad arbitral, que se favorecía a Independiente porque entraba en instancias avanzadas como campeón defensor, que en Uruguay Nacional y Peñarol tenían vía libre para pegar, que Atlético Nacional gozaba de impunidad en Medellín por la influencia de Pablo Escobar, que el Boca de Bianchi recibía ayudas de jueces como Larrionda, Ruiz o Amarilla. En los tiempos que corren, el dominio de River lo pone en el ojo de la tormenta.

Cuando Víctor Carrillo cobró dos penales razonables contra Cerro Porteño, "Pinola" volvió a ser uno de los principales temas de conversación en las redes sociales, aunque el defensor no estaba jugando. Y esa usina de discusión constante y democrática también agranda el mito de la supuesta relación River-CONMEBOL, que degrada por completo el debate futbolero.

Vale la pena repetirlo: al igual que la mano de Marcone en 2017 o la embestida de Andrada a Pratto en la final de Madrid, el penal de Pinola debería haber sido sancionado y es inadmisible que no haya ocurrido. El VAR, que en teoría vino a aportar claridad en los fallos, no tendría que ser utilizado para profundizar viejos vicios del arbitraje sudamericano como el muñequeo, la diferencia de trato entre los equipos grandes y los chicos o la costumbre de darles un empujón a los locales.

Tampoco está bien que en la misma competición se juegue una fase con tecnología y otra sin, porque hay resoluciones clave en instancias previas a los octavos de final (o a los cuartos en 2018 y las semifinales en 2017) que pueden incluso determinar la clasificación o no de un equipo participante. Se trata prácticamente de deportes distintos.

Quizás la solución a los problemas, si se duda de la idoneidad o de la honestidad de quienes dirigen, sería atribuirles a los cuerpos técnicos un pedido de revisión por tiempo que pueda conservarse en caso de acierto y transparentar las charlas que ocurren dentro del búnker donde se dirimen las polémicas. De esa manera, al menos nadie podría poner en tela de juicio la imparcialidad de los árbitros, aún si estuvieran equivocados.

Por su alto nivel de competitividad, River se vio involucrado en estos dos años en alrededor de una decena de decisiones apoyadas en la tecnología. Salvo en la final de 2017, fue protagonista en todas las fechas de la Libertadores, en la Recopa de este año y en el Mundial de Clubes de 2018. En todos esos torneos propuso un juego agresivo, de presión y ataque constante, que lo llevó a estar casi siempre cerca del área rival. Hubo fallos y omisiones a favor y en contra, correctos e incorrectos, con ayuda del VAR.

Si se habla de fútbol, a esta altura resulta indiscutible que estamos ante un equipo de época, que está cerca de meterse entre los cuatro mejores de América por cuarta vez en cinco años. Que tiene un estilo y que lo respeta a pesar del recambio de jugadores en el plantel. Que es superior a sus rivales en la enorme mayoría de sus compromisos y que, como todo campeón, también tiene detractores.

Serán semanas de especulaciones, de acusaciones, de insinuaciones como la de Miguel Ángel Russo en la conferencia de prensa de este jueves. La misión del entrenador riverplatense, una vez más, será abstraer a sus dirigidos del entorno y enfocarlos en los cuatro pasos que quedan hacia una nueva conquista continental.