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River Plate

El River de Gallardo, un equipo de época

El Millonario redefinió en el último lustro su identidad futbolística con un aura ganadora en el plano internacional inédita en la historia del club.

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Marcelo Gallardo, coach of Argentina's River Plate, celebrates winning the Recopa Sudamericana against Brazil's Athletico Paranaense in Buenos Aires, Argentina, Thursday, May 30, 2019. (AP Photo/Gustavo Garello)
Gustavo GarelloAP

"La gente se siente identificada", expresó una vez más Marcelo Gallardo después de que sus dirigidos derroten 3-0 a Athletico Paranaense y levanten la Recopa, el décimo título de su ciclo. Y esa frase, tan simple pero tan representativa de una seguidilla de éxitos que no deja de extenderse, es la clave del enamoramiento mutuo entre un equipo y su público.

Cuando el Muñeco llegó a Núñez, heredó un plantel campeón. Un DT joven, con poca experiencia, con ideas interesantes de difícil aplicación, con la presión de la vara alta y con la única ventaja de ser un conocedor del estilo histórico riverplatense, desde las divisiones inferiores hasta el tramo final de su carrera como número 10 y capitán.

Esa comprensión de la identidad del club le permitió darle un salto de calidad al trabajo que había comenzado Ramón Díaz y, en poco tiempo, todos hablaban de que, después de casi 10 años -decadencia y descenso incluidos-, River había vuelto a ser River. El de la voracidad ofensiva, el juego distinguido, el buen pie; el del famoso lema "Ganar, Gustar y Golear". Pero Gallardo tampoco se conformó con eso.

Quizás fue su pasado y sus propias frustraciones. Tal vez también fue un guiño del destino que lo puso en la encrucijada que lo terminó transformando en lo que es hoy en día. En 2014, un Millonario que parecía invencible avanzó en la doble competencia (Torneo de Transición y Copa Sudamericana) a paso firme casi hasta fin de año, cuando le tocó medirse con Boca en semifinales del certamen continental en la misma semana en la que debía enfrentar a Racing, su competidor directo en el plano local.

En medio de un duro momento familiar, el conductor del grupo tuvo que tomar una difícil decisión. Tenía que jugarse un pleno. Por un lado estaba la posibilidad de coronar con el bicampeonato un semestre en el que su equipo había forjado una personalidad muy fiel a la que él mismo había mamado desde chico. Por el otro, la apuesta mayor: ir por el logro internacional que el club no conseguía hacía 17 años y por la eliminación al eterno rival, con la chance, además, de cerrar viejas heridas de su época de futbolista.

El 23 de noviembre, River fue a Avellaneda con una formación plagada de suplentes, perdió 1-0 y La Academia le sacó la diferencia que necesitaba. El premio por haber asumido el riesgo llegó cuatro días más tarde, con el penal que Barovero le atajó a Gigliotti, el gol de Pisculichi y la sensación en el Monumental de que, al menos para un par de generaciones -entre ellas la del entrenador-, estaba sucediendo algo hasta entonces desconocido. Un quiebre en la historia.

La conversión de vistoso a aguerrido de acuerdo a la demanda de cada partido, la entereza mental frente a la adversidad, el temperamento que impulsa un esfuerzo extra cuando el virtuosismo no es suficiente se convirtieron a partir de allí en atributos particulares de un equipo que redefinió la identidad de un club porque así se lo propuso.

Gallardo entendió, como hombre de la casa, que su River tenía que tener parte de lo que tuvo el que él había conocido desde adentro de la cancha, pero que también se le podía sumar lo que siempre le había faltado. Una vez elegido el camino en aquella bifurcación de 2014, su convencimiento y su capacidad de convencer alcanzaron para ratificarlo, año tras año y plantel tras plantel.

Entonces le dio forma a su máquina de ganar con una idea de juego acorde a la tradición institucional, una preparación física superior, un espíritu solidario y sacrificado y el perfeccionamiento de un carácter apto para desafíos cada vez más grandes.

Quedarse con los Superclásicos más importantes pasó a ser una costumbre, pisar fuerte en Brasil ya no resulta una odisea, la Copa Libertadores dejó de ser esa obsesión esquiva de casi dos décadas. El respeto de los ajenos se extendió del fútbol argentino al fútbol sudamericano y hoy casi nadie se atreve a sostenerle la mirada. Porque la etapa del volver a ser ya quedó muy atrás: ahora River superó al propio River.