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DEPORTIVO ESPAÑOL

El Español de Buenos Aires está en apuros

El club que marcó una época y nucleó a la comunidad española en Argentina lucha contra distintas adversidades desde hace más de dos décadas, entre la nostalgia y la esperanza de volver a llegar a lo más alto.

El Deportivo Español, fundado por inmigrantes españoles y que juega con los colores de La Roja, atraviesa problemas económicos y deportivos serios.
El Deportivo Español, fundado por inmigrantes españoles y que juega con los colores de La Roja, atraviesa problemas económicos y deportivos serios.

En el Bajo Flores, al Sur de la Ciudad de Buenos Aires, el GPS indica el acceso al predio. Es la primera muestra de la manera en que el tiempo castigó a un club: donde en algún momento brillaron las 15 hectáreas llenas de actividad deportiva y social de Español, hoy se alza el Instituto Superior de Seguridad Pública (ISSP), una escuela creada para formar policías y bomberos.

Es un miércoles caluroso de enero y todavía no se reanudó la temporada de la Primera B Metropolitana, la tercera categoría del fútbol argentino. A la parte del complejo que todavía pertenece a la institución se puede ingresar por un portón en el cruce de las avenidas Asturias y Santiago de Compostela. “Un pedazo de España en Argentina”, como se enorgullecen de decir los hinchas del Gallego.

Hay un par de perros ladrando, barro a los costados de la cancha auxiliar y algunos rastros de una tragedia. Vidrios en el piso, estructuras dañadas. Hace pocos días, un dirigente (Agustín Falco, 28 años) y un gasista matriculado que trabajaban para reubicar tres termotanques fallecieron producto de una explosión. Un tercer socio quedó herido de gravedad. “Todavía están haciendo peritajes”, explican Juan y Adrián, dos almas solitarias en el silencio del estadio.

Ambos son compañeros, amigos y correligionarios del presidente Diego Elías. También cuentan con detalles la historia de la inmigración española, del auge y la caída, de la quiebra, el despojo y la recuperación. Sacan pecho por haber estado “toda la vida luchando en este club”. Cuando el mandamás llega al encuentro con Diario AS, se quedan a presenciar la entrevista y lo miran con admiración, asintiendo a cada una de sus respuestas.

No es la primera vez por estos tiempos que el Deportivo Español está de luto: en noviembre de 2017, el entonces mandatario Daniel Calzón se suicidó tirándose debajo de un tren a sus 53 años. El club quedó huérfano, pero pudo levantarse, como ya lo había hecho en varias oportunidades. “Lo que nos queda es, en homenaje a ellos, ponernos de pie de la manera que sea e intentar sacar esto adelante en el menor plazo posible”, se convence Diego.

La lucha por la supervivencia, en realidad, lleva más de 20 años -desde que se decretó la quiebra en 1998-, pero en los últimos 15 recrudeció. El período 2003-2007 representó una larga noche en la historia del Depor. En ese lapso en el que no dispuso de sus terrenos, la masa societaria se diluyó y hasta tuvo que cambiar el nombre a Social Español. Para los que vivieron los años de bonanza, atravesar ese ocaso que parecía una sentencia de muerte fue un puñal en el corazón. El club modelo de la Zona Sur de la Ciudad se había convertido en una caja vacía.

Después de los cuatro años de clausura, sus tierras, siempre codiciadas por el Estado, fueron adquiridas en 2007 por la Corporación Buenos Aires Sur (una empresa cuyo único accionista era el Gobierno de la Ciudad). Español pudo recuperar su estadio y poco menos de la mitad del predio en comodato por 10 años, pero la promesa de un Centro de Alto Rendimiento Deportivo en las instalaciones que quedaron detrás de un muro nunca se cumplió: algunos de los lugares donde miles de chicos y chicas pasaban horas jugando se transformaron en un centro formativo para las fuerzas de seguridad. Hoy, con el plazo ya vencido, la dirigencia intenta negociar una renovación que no implique una nueva pérdida de hectáreas.

“No estamos en contra de la construcción de una escuela de policía, sino de que nos sigan quitando terreno sobre el que ya fue desprendido”, explica el presidente. Su compromiso en la defensa de la institución es acompañado por buena parte de los 1600 socios activos con los que cuenta hoy en día, quienes conformaron el movimiento “Español no se toca” para oponer resistencia a la intención gubernamental de extender el ISSP.

Pero el club que hoy parece esforzarse para seguir respirando, también supo tener los pulmones llenos de aire, incluso para abastecer a los 25 mil socios que tenía en 1985. Eran tiempos en los que no predominaban los countries ni las canchitas, en los que la primera y la segunda generación de inmigrantes españoles se congregaban para compartir un partido, una tarde de pileta o una paella en el restaurante. Todo era prosperidad y hubo un líder que impulsó ese crecimiento.

La historia de Francisco Ríos Seoane merecería un libro aparte. Nacido en Ordes, La Coruña, llegó a Argentina en 1952 y en 1978 se convirtió en presidente del club. Desde entonces y durante 18 años, nadie decía Deportivo Español sin decir Ríos Seoane. Fue artífice de la construcción del estadio en 1981, de la ampliación y la instalación del sistema lumínico en 1996 y, además, un hombre absolutamente controversial.

Cuestionado desde afuera, amado en el Bajo Flores. Afrontó múltiples causas por calumnias, por lesiones, por administración fraudulenta, por estafa y hasta una por homicidio de un opositor, de la que fue sobreseído en tres instancias. Mantuvo al equipo 14 años ininterrumpidos en Primera División y les mojó la oreja a los más poderosos en más de una oportunidad. Poco después del fin de su mandato, se produjo la caída abrupta que llevó al club a su crisis terminal. En 2015, murió en una clínica psiquiátrica a los 80 años. Quienes vivieron la época dorada lo recuerdan como al gran gestor de aquella institución que representó con honor a la comunidad española.

Los hinchas más nostálgicos cierran los ojos y vuelven a imaginarse aquel Español. El de las múltiples disciplinas de lunes a lunes, el que creció ayudado por un contexto, de la mano de un mecenas y al cobijo de quienes llegaron desde la península en busca de nuevas posibilidades, pero siempre añorando la tierra natal.

“Y la meta será, de nuestra aspiración, ver nuestro plantel airoso y campeón”, dicen las estrofas del himno del Rojo. Pero ahora las cosas cambiaron. Aunque sus orígenes estén ligados a los tablones, Diego tiene en claro que hoy el objetivo de ganar títulos puede esperar, que es momento de planificar el día a día con austeridad. Le apuesta al “campeonato económico” por encima del deportivo, donde su equipo pelea por evitar el descenso a la Primera C. Sabe que de cada una de sus decisiones dependerá el futuro de la que fue su casa en la niñez, en la adolescencia y lo sigue siendo en la adultez.

El presidente nos guía hasta la salida y nos saluda personalmente. El portón se cierra y del lado de adentro quedan las ilusiones de la nueva guardia, las esperanzas de los hijos y los nietos de volver a construir el imperio que levantaron sus padres y sus abuelos. De nuclear a los que comparten el desarraigo. De codearse con River y Boca, de jugar copas internacionales. Con otra realidad, con otras adversidades, pero con la nostalgia de haber sido y el sueño latente de volver a ser ese motivo de orgullo para los inmigrantes. Ese pedazo de España en la Argentina.