NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

BOCA JUNIORS

La historia sin fin

Antes de dejar Huracán para cerrar trato con Boca, el entrenador había deslizado públicamente su voluntad de dar prioridad a su vínculo con el club de Parque Patricios.

Actualizado a
La historia sin fin

Entre otros ingredientes destacados, los términos en los que Gustavo Alfaro ha salido de Huracán y se ha incorporado a Boca ponen en cuestión una contradicción si se quiere tan vieja como el fútbol: la fidelidad o idealizada fidelidad que los hinchas reclaman de los protagonistas.

Desde los albores del fútbol mismo en la Argentina ha florecido el preciado valor del "amor a la camiseta", un horizonte que empezó por comprometer a los jugadores y conforme pasaron las décadas se extendió a los directores técnicos, de tal modo que en más de un caso hoy se vuelve imposible distinguir un vigor del otro.

Pensemos en Huracán, por caso: ¿Cuántos de sus jugadores podrían despertar el intenso afecto que despertó Alfaro y llegado el caso la ira que circula por estos días en Parque Patricios? ¿Patricio Toranzo, Marcos Díaz y cuántos más?

La gran diferencia se afinca en que la construcción de los lazos de pertenencia entre Toranzo y Díaz y los hinchas de Huracán demandó unos cuantos años, y la que propició Alfaro fue de unos pocos meses.

Sin una profunda pertenencia entre los hinchas y los protagonistas, y viceversa, el fútbol profesional no tendría razón de ser. De ahí que las desmesuras, inclusive las más toxicas, estén naturalizados o, más aún, fomentadas.

Claro que fidelidad, lo que se dice fidelidad, es una palabra demasiado grande, en la medida que porta valores elevados y por elevados de compleja consumación y honra: firmeza y constancia en los afectos, exactitud, voto, testimonio, ofrenda, observancia, etcétera.

Y entre los etcéteras, he ahí todo un universo de miel o de hiel, cumplimiento de un compromiso.
En el fútbol, en lo que a grandes rasgos damos en llamar "la pasión del fútbol", o "la pasión por el fútbol", y cabe insistir en la añeja referencia, la palabra dada como testimonio de franqueza y adhesión es un condimento indispensable o, si se permitiera la exageración, el plato propiamente dicho.

Ya en el año 1951 la fina pluma y la interpretación de Enrique Santos Discépolo supieron alumbrar el célebre film "El Hincha", cuyo tono ora costumbrista, ora satírico, osciló sobre las sagradas escrituras del deporte de la pelota número 5: si jugar con la pelota es una condición, jugar con los sentimientos es una traición. 

Cierto es que han pasado 67 años y que el hiper profesionalismo ha socavado buena parte de los cimientos de esa suerte de petición consentida, de inocencia legitimada, pero no tanto como para que en el fútbol, acaso como en ningún otro quehacer humano, no sea puesta en libertad condicional, y sospechada, cuando no mal vista, la búsqueda de nuevos horizontes profesionales, de remuneraciones más apetitosos y/o de desafíos más atrayentes.

Mejor examinado el tema, tal vez nos encontremos con una verdad no necesariamente subalterna: daría la impresión de que así como en su momento sucedió con Mauro Zárate y los hinchas de Vélez, entre los hinchas de Huracán y Alfaro pulsa un entredicho de formas que atañen al contenido y lo lesionan de forma irreductible.

Un par de semanas antes de dejar Huracán para cerrar trato con Boca, el entrenador había deslizado públicamente su voluntad de dar prioridad a su vínculo con el club de Parque Patricios.
No es que ahora Alfaro se haya convertido en la encarnación de la felonía, desde luego que no, pero es posible que haya desoído un célebre consejo de singular vigencia: jamás hay que prometer lo que no se está plenamente seguro de poder cumplir.