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RIVER-BOCA

River y Boca, 4 años y 2 formas diferentes de entender el fútbol

Marcelo Gallardo lleva 4 años comandando el timón de River. En ese mismo lapso, Falcioni, Bianchi, Arruabarrena y Guillermo Barros Schelotto se sentaron en el banco de Boca.

River y Boca, 4 años y 2 formas diferentes de entender el fútbol
Ruben AlbarránPRESSINPHOTO/GTRES

Como en ningún otro juego de equipo, los resultados en fútbol son una moneda al aire que no siempre cae de acuerdo a la lógica. El que mejor o más lindo juega, el que planifica más, el que acierta con la estrategia más adecuada tiene más opciones de ganar, pero esto no garantiza nada, porque no se da en el cien por ciento de los casos.

Ayer mismo, con dos hombres menos y un par de jugadores que apenas se sostenían en pie, el remate de Jara en el minuto 120 pudo mandar la final a los penales y quizás cambiar de vereda los festejos. Pero pegó en el palo y se fue, confirmando también en la chapa el precepto que indica que los proyectos sólidos siempre tendrán más recursos para sostenerse que las construcciones improvisadas. Aunque a veces la pelota pega en el palo, entra y confunde, alentando el oportunismo.

Gallardo supo darle a River un patrón de juego colectivo desde el mismo día de su llegada. De hecho, se recuerdan aquellos primeros diez partidos de su ciclo como los más brillantes. Después, la realidad del fútbol argentino fue obligándolo a ir cambiando de nombres y a acomodar el esquema según las circunstancias y los momentos. Pero en el fondo nunca perdió la esencia. En 2014, River comenzó siendo un equipo de mediocampistas –Sánchez, Kranevitter, Rojas, Pisculichi- que crecía a partir de la pelota, y ayer en Madrid mantuvo intacta la idea, fortalecida a partir del ingreso de Juanfer Quintero en el segundo tiempo.

El juego de Boca, en cambio, vive en estado de sospecha permanente desde hace demasiado tiempo. Salvo algunas ráfagas de unos pocos partidos cuando se produjo el primer regreso de Carlos Tevez, con Arruabarrena al mando; y otra más ya con Guillermo como técnico y Gago en plenitud tirado a la derecha del mediocampo, como nexo con Pablo Pérez y los de arriba, los xeneizes se convirtieron en un equipo de delanteros.

Con el bolsillo más rebosante del país, Daniel Angelici fue llenando todos los casilleros del ataque, pagando sucesivas fortunas por Benedetto, Zárate, Cardona o el mismo Tevez, y también sumando a Ábila, Villa y hasta a Pavón en su día. Un poco, y en la dimensión más pequeña de Sudamérica, imitando el estilo “galáctico” de Florentino Pérez en el Real Madrid: comprar estrellas que aseguren goles, y dejar que el entrenador las acomode como pueda.

Más austero por pura necesidad, Rodolfo D’Onofrio asumió su mandato en 2014 con los números en rojo y buscó el crecimiento de otro modo, pensando en plazos más largos y, excepto la de Pratto, inversiones más modestas. River fue incorporando proyectos. Algunos le salieron bien, como Pity Martínez, Rafael Santos Borré o Lucas Alario; otros no, y la lista es larga (Arzura, Rossi, Viudez, Larrondo…), pero ni una cosa ni la otra sacó al equipo del camino, porque el conductor siguió siendo el mismo y sus ideas no perdieron la sustancia original.

La nueva decepción en Copa Libertadores, el gran y casi único objetivo del club, anuncia reformas en Boca. Casi con seguridad, los Mellizos no continuarán en sus puestos, quizás llegue la hora del retiro para Tevez, habrá que ver si Gago es capaz de una nueva y milagrosa recuperación, tal vez se marche Wilmar Barrios y algún otro titular. La decisión más importante, en todo caso, será saber si Angelici mantendrá la dinámica de fiar todo al poderío de la cuenta corriente o se planteará pegar un volantazo y pensar en un proyecto basado en una manera de jugar antes que en nombres rimbombantes.

En la vereda de enfrente, ya se sabe, la vida seguirá igual. Porque a River le sonríe, y nadie duda que le hubiese seguido sonriendo aunque el tiro de Jara hubiese tenido otro destino