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La Superfinal, la no final

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A la final –o a estas alturas, no final- más larga de la historia le restan todavía varios capítulos por escribir, pero ya ha dejado un tendal de damnificados solo comparable con la peligrosidad del clima que se ha creado entre quienes aún siguen poniendo al fútbol en el centro de sus vidas, que son muchos.

“Traición” es la palabra y el sentimiento que gobierna hoy el ánimo en la vereda de River. Los dirigentes millonarios, con su mandamás Rodolfo D’Onofrio a la cabeza, siente que exactamente eso fue lo que cometió su par xeneize Daniel Angelici al incumplir el compromiso adquirido el sábado de jugar el partido en la tarde del domingo.

“Justicia” es el clamor generalizado en la vereda de Boca. Con el recuerdo demasiado fresco del episodio del gas pimienta en 2015 y la decisión de Conmebol de darle por perdido aquel partido de semifinales de la Libertadores, la presión para que el club exija un trato semejante, solicite los puntos, y por ende el título de este año, fue inaguantable.

El domingo que sostuvo al hashtag #AndateAngelici como TT número uno desde la mañana temprano y durante buena parte del día mostró a las claras el pensamiento del Mundo Boca. La presión ejercida por el plantel desde el momento que Carlos Tevez y Fernando Gago salieron a hablar con los medios en los pasillos del Monumental el sábado fue la otra pinza de la tenaza.

El discutido presidente de la entidad de la Ribera se vio en una encrucijada: cumplir su palabra significaba una inmolación política, no hacerlo era reabrir aún más la grieta que lo separa de su colega de Núñez. Por supuesto, eligió seguir su instinto de supervivencia.

D’Onofrio, a su vez, intentó mostrarse empático y comprensivo con sus rivales el sábado, e incluso sugirió que fue la FIFA, vía su titular Gianni Infantino, la que lo obligó a sostener viva hasta las 19 horas la opción de jugar el partido. Pero la empatía le duró menos de 24 horas. Ahora piensa en traidores y en conspiraciones para perjudicar a su club.

Recuerda que no fue avisado del allanamiento del viernes al capo de Los Borrachos del Tablón, sospecha que hubo una zona liberada adrede por la policía para propiciar el ataque al micro, duda con fundadas razones para hacerlo de que hayan sido efectivamente integrantes de la barra los que tiraron las piedras y botellas… y por supuesto, prepara la defensa para no perder la Copa en un despacho.

¿Cómo seguirá la batalla a partir de mañana cuando ambos se reencuentren en Asunción, con el vapuleado Alejandro Domínguez al frente de la reunión y el desconcertado Infantino pendiente al otro lado del mundo porque necesita con urgencia un equipo sudamericano que complete el cuadro del Mundial de Clubes? El resultado es incierto, las estrategias son mucho más diáfanas.

Boca dirá que el caso es idéntico al ocurrido en 2015, invocará el artículo 8 del reglamento de Conmebol que sirvió para sancionarlo hace tres años y pedirá que lo dejen volver con la Libertadores debajo del brazo. River asegurará que las circunstancias no son las mismas yque no puede hacerse responsable de lo que ocurra afuera del estadio, argumentará que los médicos de Conmebol no pudieron confirmar el grado de lesión en el ojo de Pablo Pérez y pedirá jugar el sábado 8 de diciembre.

¿Dónde y en qué condiciones? Eso está por verse y quizás sea lo que esté dispuesta a negociar la gente de Núñez, que se sabe contra las cuerdas. De jugarse, la manoseada Superfinal quizás no sea en el Monumental, tal vez se dispute sin público. Todo es posible. De la violencia posterior que puede desatarse en la ciudad, gane quien gane, por el momento nadie parece preocuparse demasiado.

Mientras tanto, en Buenos Aires cabría esperar que alguien acerque alguna explicación a lo sucedido en la esquina de Avenida del Libertador y Lidoro Quinteros. Al menos una más comprobable y coherente a la de “los 15 inadaptados de la barra” que desde el sábado han recitado en fila D’Onofrio, Angelici y hasta Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gobierno de la Ciudad.

Por el momento no ha habido dimisiones ni destituciones en ninguno de los organismos responsables de la seguridad. Los pocos detenidos del sábado –que no fueron capturados por el lanzamiento de objetos sino en la represión desatada a posteriori- ya han sido liberados y solo permanece en la cárcel la mujer que quiso ocultar bengalas atándolas al cuerpo de su hijo para evitar el cacheo y meterlas en el estadio.

Imaginar que algo puede cambiar de aquí en más es una utopía. El fútbol sudamericano se prepara para hacer, una vez más, la Gran Lamolina: “¡siga, siga!”.