Disfrutar por un lado, miedo a perder por el otro. A 48 horas de la primera Superfinal de la Copa Libertadores , los dos polos en los que se dividió esta larga e intensa semana previa se van separando cada vez más, y resulta difícil establecer en qué porcentaje se encuentra cada uno. Entre los protagonistas, pero también entre los hinchas , que palpitan el choque como si se tratase de un acontecimiento del que dependiese la continuidad o no de la vida en el planeta.
“El que pierde una final de Libertadores entre Boca y River se tiene que ir del país ”, dijo en su momento Mauro Zárate , incluso cuando todavía los dos equipos se encontraban en plena disputa de sus series semifinales. “Yo lo quiero disfrutar y todos los futboleros deberían vivirlo así. No enfocarnos en ‘qué va a pasar con el que pierda’. No muchachos, disfrutémoslo . Los jugadores tienen que sentirlo y vivirlo así”, señaló desde el otro polo Marcelo Gallardo, una vez que el cartel de esta Copa 2018 ya estaba confeccionado.
El doble mensaje está presente en las declaraciones de los implicados directos y de la periferia desde el primer día. Se suceden los llamados a la concordia, se apela al supuesto “espíritu olímpico” que habrían dejado flotando en Buenos Aires los recientes Juegos de la Juventud, se habla de vivir los partidos decisivos en paz y de “oportunidad para demostrar madurez como sociedad” , tal como expresó el Presidente Mauricio Macri . Y al mismo tiempo se envían señales de todo lo contrario.
Contra lo que cabía esperar, no ha habido en esta semana un desborde festivo de banderas con los colores de ambos clubes invadiendo casas y balcones. Tampoco se ve más indumentaria partidaria que la habitual en la gente que camina por la calle. Más aún, las redes sociales muestran un llamativo silencio respecto a lo que pueda pasar a partir del sábado a las 17 horas en La Bombonera. “El miedo a perder puede ser más poderoso que la satisfacción de ganar” , explica el psiquiatra Leonardo Seiref , y es la sensación que parece predominante ahora mismo.
Como si se viviera la antesala del estallido de un volcán, los nervios sepultan cualquier opción de alegría. “Yo no estoy disfrutando. La vivo como una final del mundo y busco que no se me escapen los detalles” , confesó Pablo Pérez hace algunos días. A su vez, Franco Armani sostiene algo parecido, aunque lo exprese de otro modo, casi como una expresión de deseos: “Debemos pensar poco, tener la cabeza en otras cosas, preparar bien el partido y tomarlo con tranquilidad”.
Los hinchas en la calle son más directos. “Como dijo Buffarini, hay que ir con el cuchillo entre los dientes ”, se escucha al pasar por la puerta de un bar. “Ellos están más asustados que nosotros, hay que salir a atacarlos de entrada”, comentan entre ellos dos riverplatenses en un foro de whatsapp. Se habla de temores y sustos, de fuerza y de carácter. ¿De juego? Más bien poco. Y lo poco que se habla no da para hacerse demasiadas ilusiones.
“En el primer partido se especula mucho más que en el segundo” , subrayó con toda razón Guillermo Barros Schelotto en su conferencia de prensa del miércoles. Lo avalan los antecedentes históricos de finales anteriores. “Se jugará con intensidad, ninguno regalará nada y se definirá por detalles”, anticipó Jonathan Maidana . “A mí nadie me gana de guapo” , desafió Pablo Pérez. “Va a ser un partido trabajo, friccionado, típico de la Copa Libertadores, con mucha lucha y concentración”, analizó Armani.
Faltan apenas 48 horas para el primer round de una final que quedará en la historia grande de la Copa por muchos motivos –será la última a doble partido-, y el doble mensaje, ese que al mismo tiempo apunta al disfrute y a la obligación de ganar –o de no perder- tiende a desfallecer. La tensión crece en el ambiente y la temperatura va en aumento. El sábado comprobaremos hasta dónde la paz, la armonía, la madurez, el recato y el silencio eran reales o, simplemente, un síntoma del miedo a lo que pueda pasar una vez que estalle el volcán.