El 8 de septiembre pasado, Newell’s Old Boys eliminó por penales a Atlético Tucumán en los octavos de final de la Copa Argentina y dejó abierta una posibilidad: que hubiera clásico rosarino en la siguiente etapa de la competición.
Hubo que esperar casi un mes, hasta que el 3 de octubre las manos de Jeremías Ledesma decidieran a favor de los dirigidos por el Patón Bauza la tanda de penales entre Rosario Central y Almagro, para que se concretara aquello que se veía venir: el primer duelo eliminatorio directo desde 2005 entre canallas y leprosos en partido oficial.
Si hablásemos de un torneo organizado bajo criterios claros y “normales” este sería un acontecimiento fantástico, un partido de enorme expectativa mucho antes de la final. Pero no es el caso. La Copa Argentina tiene muchas virtudes pero innumerables defectos. Y el clásico de Rosario los está exponiendo uno por uno.
Al día de hoy solo se sabe que se jugaría el 1º de noviembre, y el uso del potencial no es gratuito, porque ya cambió tantas veces de fecha que nadie puede arriesgar que esa sea la definitiva. No hay sede (ahora se habla de la cancha de Arsenal) ni horarios designados. Tampoco certeza de que sea con público o a puertas cerradas, aunque esta parece la opción más probable.
El desaguisado incluye tantas idas y vueltas, tantas negativas y acuerdos, que ni el mejor autor de teatro absurdo podría imaginar. El último giro ha sido esperpéntico. Se había dictaminado que el encuentro tendría lugar en cancha de Lanús el 24 de octubre y sin público (aunque la Superliga había programado el postergado Estudiantes-Newell’s para ese mismo día), pero desde Rosario pidieron rever la medida por pura vergüenza. No podían permitir que se señalara de manera tan clara la incapacidad de la dirigencia de los clubes y las autoridades provinciales y policiales para organizar un partido de fútbol, por más clásico eliminatorio que fuera. Llegaron a un acuerdo: jugar el 7 de noviembre en estadio a resolver por sorteo público.
Fue entonces que la empresa Torneos, organizadora de la Copa junto a la AFA, recordó que una de sus tareas es, justamente, organizar. Determinó que esa era una fecha demasiado tardía y complicaba las fases finales de una competición que debe terminar antes del verano y la adelantó una semana. Eso originó un nuevo inconveniente. El 29 de octubre hay un recital de Shakira en el Gigante de Arroyito, y como el estadio no va a estar en condiciones 48 horas más tarde lo descarta como sede del encuentro. O lo que es lo mismo, solo podría disputarse en el Coloso del Parque Independencia. Central dijo que así no, y todo volvió a fojas cero.
La secuencia de hechos pone sobre la mesa varias cuestiones al margen de la evidente carencia de criterio organizativo. Por ejemplo, el nivel de enajenación que padece una parte importante de la sociedad rosarina, que obliga a tratar un partido que debería ser la mayor fiesta local como si se tratase de la celebración de un congreso de mafiosos .
También, el grado de fanatismo estúpido de los dirigentes de ambas instituciones , que durante todo el proceso se han ido turnando en no ceder un milímetro en sus intereses con el pueril argumento de “no dar ventajas” o no mostrar signos de debilidad ante el adversario (¿o cabe decir enemigo?).
Y como fondo y estímulo para todo lo demás, la intolerancia de los hinchas, que dan a la serie un carácter de “duelo por el honor” en el que no se admite la derrota, y terminan de embarrar la cancha. La “visita” hecha por integrantes de la barra brava de Newell’s a sus jugadores en un entrenamiento de esta semana habría tenido como objeto recordarles el significado de ese partido.
Hace más de un mes y medio que cabía la posibilidad de un duelo entre canallas y leprosos, hace más de dos semanas que se concretó. Sin embargo, el único clásico rosarino a jugarse en 2018 sigue estando en el aire, ¿realmente llegará a jugarse alguna vez?