El rostro de Javier Mascherano volvió a ser el símbolo de una selección y de un grupo de jugadores que a falta de funcionamiento y coherencia pone el corazón en la cancha y deja el alma por aferrarse a su sueño. Argentina superó la más complicada primera fase de los últimos cuatro mundiales con sangre, sudor y lágrimas. El sudor que pusieron todos, las lágrimas que derramaron muchos cuando llegó el final y la sangre con la que insólitamente le permitieron jugar al inacabable número 14 durante buena parte del segundo tiempo.
El partido ante Nigeria mostró los altibajos futbolísticos que ya son patrimonio de un equipo con más dudas que certezas , pero a diferencia de lo ocurrido ante Croacia enseñó también la indestructible voluntad de esta generación por estirar todo lo que pueda la ilusión de retirarse con un título. O como mínimo, de no despedirse por la puerta de atrás, un adiós que no merecían los Messi, Agüero, Biglia, Higuaín, Di María y los demás después de todo lo brindado durante todos estos años.
Esta vez aparecieron en San Petersburgo la rebeldía, el orgullo y la rabia que habían hecho mutis por el foro el jueves pasado en Nizhny-Novgorod . Y en ese punto, no hubo desfallecimiento alguno a través de los 90 minutos. Antes y después de la imprudencia de Mascherano al principio del complemento, cometiendo un penal absurdo, Argentina se aferró con uñas y dientes a la posibilidad de ganar y seguir en carrera.
Lo hizo con algunas dosis estimulantes de fútbol en la primera media hora , y con agallas y convicción cuando logró recomponerse tras el golpe del empate impensado para ir a buscar el triunfo, aunque ya no tuviera orden ni criterio.
Aquellos 30 iniciales, sin embargo, fueron una brisa de aire fresco después de los frustrantes primeros dos partidos. El excelente desempeño de Ever Banega en ese lapso, asumiendo con decisión la conducción del juego hizo que surgieran asociaciones y movimientos hasta ahora desconocidos. Con simpleza e inteligencia, el hombre del Sevilla fue invitando a Enzo Pérez, Di María, Mascherano, Tagliafico, Higuaín cuando se tiraba atrás , y básicamente a Messi a tejer cadenas de pases que esta vez tuvieron sentido y vocación de ataque. Es cierto, le faltó a Argentina una mayor cuota de profundidad, pero es sin duda un avance importante respecto a lo visto en el pasado y sobre todo pensando en el futuro.
La dirección de Banega, además, le permitió a Messi moverse como delantero. Partiendo generalmente desde la derecha, le resultó más sencillo encontrar espacios para recibir suelto y encarar o progresar en paredes con alguna opción de éxito. Su mayor cercanía al área derivó en lo que suele ocurrir cuando el 10 anda por esa zona: un gol, extrañamente convertido de derecha.
El prematuro empate dio lugar a un segundo tiempo diferente. La necesidad fue nublando las mentes y le dio paso a la épica. Fue ahí, en ese empujón final donde se entendió más que nunca la decisión de contar con el núcleo de este grupo, “los más viejos del lugar”, para sacar las papas del fuego. Su convicción, su fe, su determinación para sobrevivir inclinó la cancha hacia el área nigeriana hasta lograr un improbable absoluto : que un centro de Mercado fuera empalmado con una volea de derecha por el zurdo Marcos Rojo y se clavara abajo,contra un palo.
Argentina, el vigente subcampeón del mundo, sigue en carrera. Lionel Messi continúa en el Mundial. Mascherano vuelve a poner su sangre y todos, a exprimir su sudor y bañarse en lágrimas. ¿Hasta cuándo? Hasta que sus gotas de funcionamiento colectivo y su enorme orgullo competitivo lo permitan. Hasta que encuentren la puerta más grande posible para recién ahí decir adiós.