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BOCA JUNIORS

La realidad de Boca Juniors: muchas más quejas que juego

Boca fue a Barranquilla con la obligación de ganar y se trajo un empate que deja su clasificación a octavos de final de la Libertadores en manos de terceros.

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La realidad de Boca Juniors: muchas más quejas que juego
STRINGERREUTERS

El mejor antídoto contra los malos arbitrajes es el juego. Del mismo modo que reducir el juego a las sanciones de un árbitro es perder lo mejor de la esencia del fútbol. Por ese motivo resulta tan necesario escapar a la tentación de limitar a la mano no cobrada a Marcelo el enorme partido que disputaron hace unos días Real Madrid y Bayern Munich como de centrar en un penal inventado en su contra otra nueva decepción futbolística de Boca. En uno y otro caso, para bien y para mal, lo primero debería ser siempre atender el juego.

Boca fue a Barranquilla con la obligación de ganar y se trajo un empate que deja su clasificación a octavos de final de la Libertadores en manos de terceros. Y sería una excusa pueril, menor y de mirada corta apuntarle al árbitro como responsable principal del 1-1 ante Junior. La explicación es otra, muy simple: Boca no ganó (lleva un único triunfo en 5 encuentros por la Copa) porque jugó mal, por momentos muy mal, y lo peor es que tampoco resulta novedoso.

Es llamativo el caso del Boca modelo 2018, un conjunto que puede dar la vuelta olímpica este domingo en la Superliga, casi a pesar de sí mismo. Las sucesivas lesiones de Fernando Gago y Darío Benedetto desarmaron la mejor versión del equipo xeneize que los Mellizos Barros Schelotto supieron construir durante su mandato. Pero aquello ocurrió hace seis meses, tiempo suficiente como para recomponer una idea general de fútbol, reacomodar las piezas y volver a edificar un conjunto sólido, capaz de gobernar los partidos y ser reconocible. No necesariamente con la misma brillantez y eficacia de antes, porque hay jugadores que son muy difíciles de sustituir, pero sí con una identidad acorde al capital con que se cuenta.

Nada de eso ocurre hoy en Boca, que surfea la doble competencia demasiado pendiente de lo que pueda darle o quitarle el hombre del silbato, y en consecuencia, con muchos más problemas de los que podían suponerse si se valora a quienes llegaron este verano. Carlos Tevez, una figura mundial más allá de su evidente declive; Bebelo Reynoso, la joyita cordobesa por la que suspiraba medio país; Paulo Goltz, requerido desde hace tiempo por el técnico; y un par de complementos de garantías como Buffarini y Mas. Sin olvidar que con anterioridad habían aterrizado dos internacionales como Edwin Cardona y Nahitan Nández.

Sin embargo, por el calor de Barranquilla y frente a un Junior muy menor se vio pasar al mismo Boca sin rumbo que pena para sostener la punta de la Superliga ante rivales de bolsillos y jerarquía indudablemente inferiores. Las miradas entonces conducen sin remedio hacia el banco. Algo falla en la lectura estratégica de Guillermo y compañía para establecer un patrón de juego definido, sea más o menos simpático.

Al Boca 2018 le falta básicamente saber a qué quiere jugar. Y si lo sabe, lo disimula, no lo expone en la cancha. Se supone que quiere ser ofensivo, pero la apuesta firme por la pareja Nández-Barrios en la mitad del campo lo contradice. Se dice que quiere armar su fútbol a base de pases cortos y precisos, pero solo alcanza profundidad con la velocidad de Pavón cuando encuentra espacios para correr. Se imagina firme atrás, pero Rossi, Magallán y compañía suman una duda tras otra.

Lo que se aprecia es que no hay relación entre el pensamiento teórico y lo que pueden dar los jugadores, no hubo una adaptación a los momentos que fue atravesando el plantel. Por razones diversas, ni Pablo Pérez, ni Tevez ni Cardona pudieron tomar la batuta del equipo, y Reynoso demostró estar algo verde para hacerlo. Tampoco Bou ni Ábila lograron suplir la cuota goleadora de Benedetto, y así Boca se fue quedando a medias, entre las ganas de seguir siendo ofensivo y la realidad de un rendimiento individual y colectivo sin ninguna clase de entidad ni de vuelo.

Al semestre xeneize le quedan 4 partidos, 3 de Superliga y 1 de Copa. Demasiado poco para corregir todo lo que no se hizo hasta ahora. No le quedará otra que navegarlos como pueda, tal vez sufriendo. Como siempre que se reduce el fútbol a poner la mirada en la actuación del árbitro.