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No le faltó ningún ingrediente al Superclásico y se agradece que así sea, con goles, polémicas y monumentales enfados en los dos banquillos. Esto es un Boca-River, señores, y el que quiera ver otra cosa que pruebe con el teatro. Quizá allí no encuentren un juez tan temeroso y falsamente arrogante como Pitana. El árbitro sacó a pasear la metralleta en un partido en el que queríamos ver a todos menos a él. Se sentirán perjudicados en River, en Boca y hasta en el estamento arbitral. No merecía un partido como este a alguien tan sumamente protagonista que hasta él mismo se ha creído a su personaje. Sólo le faltó patear al arco algún tiro libre para sentirse más estrella que los futbolistas.

Lo que nos dejó el Súperclásico, Pitana al margen, es la supremacía de un Boca manifiestamente más regular que River. A Gallardo se le ha puesto la etiqueta de técnico copero y parece que eso le impide pelear por campeonatos largos como sí hace Boca. El saludo final entre Guillermo y Pablo Pérez, ahora mismo su coronel sobre el campo, refleja bien la fuerza que tiene el Xeneize como grupo, aquel capaz de ganar en el Monumental con golazos de Cardona y Nández, dos fichajes llegados para hacer más grande de lo que aún es a Boca.

Si había un día para hurgar en la herida de su eterno rival tras la eliminación de la Copa era este. Ni Pitana pudo evitar el regocijo de celebrar sobre el césped un triunfo que le dispara y al mismo tiempo hunde a River. Así se escribe la vida ahora mismo en Argentina.