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Messi, luz entre tinieblas

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Entre los altos hornos humeantes en los que Uruguay convirtió una vez más el estadio Centenario surgió la angelical zurda de Messi para poner sonido de violín a un partido megalítico. Sampaoli diseñó un plan que pasó porque Messi fuera protagonista por lo suyo y por lo de los demás. Argentina jugó más adelantada que con anteriores técnicos, haciendo suya la posesión en campo contrario, chocando una y otra vez contra los muros uruguayos, más robustos si cabe por la estrechez perfecta de sus camisetas. Messi navegó en ese pantano intentando encontrar una luz que no existió. Messi fue mediocentro, volante, extremo y delantero. Messi fue Pizarro, Biglia, Dybala e Icardi. Suficiente para doblegar a cualquier rival, pero no a la Uruguay que con el cuchillo entre los dientes espera a todo aquel que pase por allí.

La afición argentina comprobó de nuevo lo bien que viven algunos futbolistas amparados detrás de la espalda de Messi. Esa espalda, generalmente cargada de una mochila con piedras, hizo de sombra perfecta para que dilatadas estrellas pasarán de puntillas por Montevideo. No importa. Nadie les criticará a ellos más que a Messi en caso de que Argentina quede fuera del Mundial. El que acabó con la camiseta desgarrada, sin embargo, el que recibió duras entradas, férreos marcajes y agresivas presiones fue el único de los 22 futbolistas que quiso que aquello agrio y áspero que siempre es un Uruguay-Argentina resultase en otra cosa. No hubo manera. En partidos como este, las chimeneas del fútbol sudamericano humean incansables incluso con Messi sobre el campo.