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¿Ser de Boca o ser de River?

A un taxista de Buenos Aires le preguntaron sobre el mejor jugador del mundo. “Matthaus”, respondió. “O ese inglés: Gascoigne”. ¿Y Maradona, le replicaron? “Usted me preguntó por jugadores de fútbol. Maradona es Dios”. El fútbol se vive así en Argentina. No es fútbol, es algo más. Recuerdo lo que dijo Guillermo Barros Schelotto, actual técnico de Boca, cuando aún sonaba para el cargo. "Yo no quiero ser técnico de fútbol, quiero ser técnico de Boca". Imposible venderse mejor y al mismo tiempo imposible sentir más lo que uno dice. 

Precisamente ahora que se viene un Boca-River hay que preguntarse por qué este partido traspasa fronteras, por qué un fútbol sumido en una crisis tan severa como el argentino aún tiene un atractivo de tal calado mundial como este. Más aún cuando, generalmente, un Eibar-Granada, un Kasimpasa-Trabzonspor o la pachanga entre amigos de los jueves suelen resultar mejores y más entretenidos partidos. En realidad, sin saberlo, el planeta se distingue entre los que son de Boca y los que son de River. Y no hablamos de fútbol; hablamos de la vida. Es como debatir entre playa o montaña, entre ciencias o letras, entre café o té, entre los Beattles o los Rolling Stones. Uno es de Boca o es de River, aunque no haya reparado. 

Hay un trasfondo social en todo ello, se sabe. Boca y River nacieron en el barrio del primero, pero en 1938 los segundos se mudaron hacia zonas más cercanas a las de la clase media y ahí surgió su sobrenombre de Millonarios. Una diferencia de identidad que aún hoy les marca y que en el fondo nos atañe a todos. A los que son de Boca, a los que son de River, a los que no saben que son de Boca o de River, a los que fueron de Boca y ahora son de River, a los que eran de River y la vida les llevó a ser de Boca. Ilusos los que creen que un Boca-River se trata sólo de un partido de fútbol. En realidad es un resumen de nuestras vidas...