Los pecados de Simeone que sepultaron al Atlético
Simeone se impacientó, por primera vez, y su equipo lo pagó. Tras cinco duelos con Zinedine Zidane sólo le ganó el primero.
Acorralado por las bajas y ante la peor versión en Chamartín de los suyos en mucho tiempo, Simeone mutó también de forma sorprendente hacia la cara más desconocida de sí mismo. Si algo le ha convertido en el mejor entrenador de la historia del Atlético es gestionar como nadie la emergencia. Paciencia y aplomo cuando otros zozobran en la tormenta.
Ayer no fue eso y, curiosamente, ya viene siendo costumbre cuando Zidane es el que se sienta en el banquillo de al lado. El francés se ha convertido en la némesis de un Cholo que tras cinco enfrentamientos sólo consiguió imponerse en el primero. Eso evidencia una preocupante evolución y quizá prueba el porqué de la impaciencia del Cholo ayer en el segundo tiempo. Aquel 0-1 en el Bernabéu fue una lección de serenidad que Zidane interiorizó. A veces hay que esperar el momento, e incluso, con paciencia, puede ser que el rival te lo presente como en aquella distracción de James que aprovechó Filipe y que Griezmann rubricó en el 0-1.
Simeone pasa por ser uno de los técnicos que más influyen en el devenir de un partido. Su entereza y esos minipartidos de 15 minutos que planean por su cabeza le convirtieron en el estratega que nunca le perdía el pulso a la situación, aun ante caras de pánico de los suyos.
Ayer, hay que decirlo, estaba terriblemente condicionado. Sin salida por la derecha, con Carrasco tocado y sin que su cortina del centro del campo —ni Koke ni Saúl estuvieron a tono— consiguiera consolidar al equipo entre el ímpetu y la verticalidad madridista.
Simeone venía de un golpe de maestro hace menos de un mes. Con 1-0 se jugó las cartas de Thomas y de Correa y consiguió unas tablas de puro ajedrecista. Pero ayer se olvidó de una de sus máximas: la eliminatoria es un partido de 180 minutos. Sorprendentemente se precipitó y descosió a su equipo retirando a un Saúl que debía y podía cuidarse con una tarjeta. En ese momento el Madrid parecía sentirse satisfecho con una ventaja corta y sin encajar, un mal menor para el Atlético, a la espera de recuperar la fortaleza en el Calderón. Pero el movimiento convirtió el partido en un correcalles cuesta abajo para Zidane. El Atlético, partido por la mitad, recibía andanadas mortales por un viraje mal elegido por el timonel. El envite no pedía impacientarse ni dar un paso adelante a destiempo. En definitiva ir contra natura.
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