Londres se tiñó de celeste y blanco
En Wembley. Con la gente copando las calles y las tribunas desde temprano. Con Messi, con Angelito Di María y con Lautaro Martínez siendo determinantes. Con Scaloni comandando la batuta desde afuera. Con el parche de campeón de América en el medio del pecho, que cada vez se infla más por la imagen que dejan en cancha quienes representan a un pueblo entero que olvida sus tristezas cada vez que la pelota entra.
Contra quienes en el Mundial de 1990 nos silbaron el himno y hoy casi que ni compitieron. Contra los dichos de Mbappé. Contra la soberbia de quienes piensan que por jugar en Europa pueden ser mejores. Contra los detractores que aún esperan que La Scaloneta tropiece para aparecer, pero todavía no pueden asomar la cabeza.
Algo cambió. O mejor dicho: todo cambió. Desde julio del año pasado se acabaron los cuestionamientos y las críticas destructivas. Ya no hay reproches ni dudas para con el cuerpo técnico que viene laburando a paso firme, pero con el perfil bien bajo, entendiendo que las cosas grandes se consiguen con humildad.
“Estamos para darle pelea a cualquiera. Este grupo saca fuerzas de donde no tiene”, declaró el crack rosarino después del 3-0 ante Italia. “Cada vez que nos juntamos la pasamos y trabajamos bien. Esto es largo, todavía queda para el Mundial. Tenemos los pies y la cabeza en la tierra”, agregó Fideo. Lo colectivo por sobre lo individual, la fórmula y la receta para torcer la historia.
A poco más de cinco meses del inicio de la Copa del Mundo, la Selección Argentina le devolvió la ilusión a su gente y, como en los tiempos en los que jugaba Diego Armando Maradona, logró sacarle una sonrisa a quienes no tienen más nada que ver jugar a sus ídolos. Queda prohibido no acompañar a este proyecto.