Hoy se cumplen 20 años de la final de la Copa Intercontinental del año 2000 en Japón que consagró al Boca de Bianchi contra el Madrid de los Galácticos.
La final de la Copa Intercontinental del 2000 fue la que marcó a una generación de hinchas de Boca. El equipo argentino había sido campeón del mundo a finales de la década del 70 y durante los 80 y principios de los 90 vivió una época complicada a nivel nacional e internacional en lo que a títulos se refiere.
Pero con esta consagración, todo cambió. Boca volvía al primer plano internacional tras vencer al mejor club del siglo XX, el Real Madrid, en un Estadio Nacional de Japón que veía como miles de hinchas llegados desde el otro lado del mundo alentaban sin parar a los jugadores del club argentino. El fútbol mueve todo y crea historias, siendo ésta una de las más gloriosas del club de la ribera.
Noviembre del año 2000. Boca había ganado la Copa Libertadores ante Palmeiras y peleaba por el Apertura 2000 con River. Pero antes, tenía que viajar a Japón para enfrentar el 28 de noviembre al Real Madrid, el mejor club del siglo XX por la Copa Intercontinental. En una charla previa al viaje a Tokio, Bianchi le decía a Santella, el ‘profe’ del equipo: “En cinco días podemos ser Dios o podemos ser el Diablo”. Boca se jugaba mucho.
El cuadro Xeneize decidió viajar unos días antes a Japón para aclimatarse al frío de Tokio. Una media de 10 grados hacía durante esos días y Boca venía del calor del Hemisferio Sur, además de pelear contra el famoso Jet Lag.
Además de todo esto, había un problema aún más grave: Riquelme llegaba con molestias en la rodilla tras el último partido antes de viajar contra Talleres de Córdoba. El ‘10’ no podía entrenar con normalidad y así explicaba la situación desde Japón: “El que arma el equipo es el técnico, a partir de mañana voy a entrenar con el equipo y espero que la rodilla no me moleste. Si tuviera la rodilla muy mal, hablaría con el doctor. No creo que el equipo dependa de mí, yo creo que tenemos un buen equipo”.
En cinco días podemos ser Dios o podemos ser el Diablo
Carlos Bianchi
Otra de las figuras del equipo y además capitán, el Patrón Bermúdez, hablaba sobre la importancia del encuentro en las vísperas de la final: "Me preguntan siempre lo mismo, si este es el partido de mi vida, y debo decir que he tenido el halago de jugar grandes partidos y copas del mundo, por lo que considero que el cotejo ante el Real Madrid es un eslabón más de esa cadena".
Boca sabía que para tener chances de ganar al Real Madrid, era necesario una preparación buena durante la semana. El equipo de Bianchi tenía muy bien preparado el plan, sabía cómo jugaban Guti y Figo, quiénes serían los encargados de marcarlos, también cuáles eran los puntos a explotar con Delgado y Palermo. En definitiva, Boca tenía un plan. Y lo cumplió.
El final de la temporada 1999-2000 había sido extraordinariamente movida dentro del Real Madrid. Tras imponerse al Valencia en la primera final de la Champions que emparejaba a dos equipos del mismo país (3-0), hubo cambio en la presidencia blanca: Lorenzo Sanz decidió convocar elecciones para, de esa manera, ser el presidente en el año del Centenario blanco (2002). Tras ganar dos Champions en tres años, nadie sospechaba que pudiera haber un vuelco electoral. Pero lo hubo: Florentino Pérez, un empresario que ya se había presentado en los anteriores comicios en 1995, hizo oficial su candidatura con un ambicioso plan de renovación y un fichaje de campanillas bajo el brazo: Luis Figo, el capitán del Barcelona y uno de los mejores jugadores de la Eurocopa que ese año se había celebrado en Bélgica y Holanda. Pérez arrasó, comenzando así su etapa presidencialista.
Con una remozada plantilla, en la que aparte de Figo llegaron Flavio Conceiçao, Makelele, Solari, Celades y el portero César, y bajo la batuta de Vicente del Bosque (su título europeo avaló su continuidad), los blancos comenzaron la campaña 2000-2001. Sin embargo, el primer revés fue la pérdida de la Supercopa de Europa ante el Galatasaray: los turcos se impusieron en Mónaco con un gol de oro de Jardel en el minuto 103 (2-1).
En Liga, los blancos arrancaron bien, aupándose en los primeros puestos de la tabla. En Champions no tiene problemas para clasificarse para la segunda liguilla. Todo está dispuesto para que el 28 de noviembre, los madridistas se midan a Boca Juniors en Tokio. Sin embargo, hay un descarrilamiento: los blancos pierden tres encuentros consecutivos a comienzos del mes de noviembre: caen en casa ante el Mallorca (0-2) en una gran lección táctica de Luis Aragonés (Del Bosque utilizó a Sanchís como pareja de Makelele en el centro del campo y ahí fueron barridos los blancos), en Soria ante el Numancia (3-1) en una espléndida noche del delantero Rosu, autor de los tres goles, y uno, éste sin importancia ante el Spartak de Moscú, aunque hubiese venido bien el triunfo para apaciguar el ambiente.
Si el Real Madrid tiene la pelota, subirán nuestras posibilidades de ganar el partido; pero si Boca no nos lo permite, va a ser muy difícil sacar un buen resultado. Esa será la clave del partido
Raúl González Blanco
Los dos últimos partidos que juegan los blancos antes de la final se saldan con sendas victorias: primero ante el Villarreal, al que se gana con un autogol de Amor, y el segundo, en Champions, ante el Leeds en Elland Road. Los blancos jugaron un partido espléndido antes de viajar a Tokio desde la ciudad inglesa. La manera de jugar y la imagen dada muestran a un Madrid que había olvidado la crisis de comienzos de mes. Con más confianza y serenidad afrontaron un vuelo Leeds-Francfort-Tokio.
Precisamente, en dicha ciudad japonesa, los blancos se habían impuesto dos años antes al Vasco da Gama con un golazo de Raúl (llamado ‘El Aguanís’). Y era el propio jugador quien daría la clave del partido: “Nuestra clave es la posesión del balón. Si conseguimos dominar en este sentido, tendremos fórmulas para desequilibrar al Boca. Si el Real Madrid tiene la pelota, subirán nuestras posibilidades de ganar el partido; pero si el Boca no nos lo permite, va a ser muy difícil sacar un buen resultado. Esa será la clave del partido”.
Todo marchaba en plena tranquilidad cuando dos días antes de la fina, Figo, Roberto Carlos y Solari salieron a hacer unas compras dándose de bruces con un grupo de seguidores de Boca Juniors. El incidente no hubiera pasado a mayores, pero los insultos y amenazas de algunos Barra Bravas xeneizes hacen que el portugués y el argentino se encaren. Especialmente son bruscos con Solari, sobre todo por su pasado en River: le empujan y zarandean. El centrocampista blanco responde, pero rápidamente es sujetado y apartado de los hinchas bosteros. Otros jugadores blancos que van a otra zona comercial sufren también insultos e incidentes.
El día de la final, Del Bosque repitió el mismo once que había ganado en Leeds, con un cambio: Karanka reemplazó a Iván Campo. Pero había un abismo entre el equipo que jugó en Elland Road y el que lo hizo ante Boca: para empezar los blancos salieron dormidos al encuentro y cuando se quisieron dar cuenta iban perdiendo 2-0. Pese a que Roberto Carlos acortó distancias en el minuto 12, los blancos nunca estuvieron conectados al partido. Pero hubo un protagonista añadido: el colegiado colombiano Óscar Ruiz. Éste no señaló un claro penalti de Battaglia (detuvo con las manos un disparo de Roberto Carlos) y anuló un gol a Raúl por fuera de juego. Cuando fue designado por la UEFA (en el mes de septiembre, casi dos meses antes de la final), los blancos reclamaron que fuese otro árbitro quien dirigiera la final. En Boca había tres jugadores colombianos: el portero Córdoba, el defensa Bermúdez y el centrocampista Chicho Serna… Al final del partido, Casillas, Hierro y Figo se lanzaron a por el árbitro, que fue duramente criticado por los jugadores blancos. Mientras, en Madrid la afición blanca señalaba a algunos jugadores que no habían dado su mejor imagen, personificado en Geremi.
Sin embargo, el gran protagonista del encuentro fue Juan Román Riquelme. Su espectacular actuación provocó un debate: ‘¿Debería el Madrid ficharle?’. Mientras, él se intercambiaba la camiseta con Luis Figo. El verano siguiente, Riquelme ficharía por el Barcelona…
Dos años después, en diciembre de 2002, el Madrid se sacaría la espina al derrotar al Olimpia de Asunción 2-0. Pero la herida de la Intercontinental del año 2000 no deja de cicatrizar…
Ritmo frenético en los primeros minutos de partido. Boca dominaba el partido, que no la pelota. Robaba y salía de contra. Primero con Riquelme para Delgado y el Chelo para Palermo, que llegaba desde atrás y hacía el primero del partido. Después con Riquelme directamente para Martín, con un pase de 70 metros aprovechando la carrera del Titán. 2-0, seis minutos de encuentro, entre el estupor de la hinchada de Boca y la incredulidad del árbitro colombiano que dirigía el partido. Boca se ponía por delante en el marcador y a partir de ahí se abría otro encuentro, con Juan Román Riquelme como director de orquesta.
Bianchi decidió que Matellán jugase de lateral izquierdo para cubrir a Figo, que no hizo un buen partido. El Chicho Serna barrió la mitad de la cancha limpiando todo lo que pasaba a su alrededor y Battaglia, ese pibe de las inferiores, fue el escudero que Riquelme necesitaba. A pesar del gol del descuento de Roberto Carlos, Boca no sufrió y consiguió llevarse el ansiado título de vuelta a Buenos Aires.
El 28 de noviembre de 2000, Carlos Bianchi vivió su gran día como entrenador de Boca. No solo por el triunfo histórico ante el Real Madrid, por 2 a 1 en Japón, sino porque a partir de ese momento atravesó por completo a los millones de hinchas que el club tiene desparramados por el mundo. El Virrey se encargó de cumplir el sueño del pueblo Xeneize y dejó en claro que en la adversidad, el club ubicado en la calle Brandsen al 805 se hace aún más poderoso.
Carlos se metió en la generación de los más grandes, que luego de ver las reiteradas vueltas olímpicas del equipo dirigido por Juan Carlos “Toto” Lorenzo tuvieron que soportar la época de los números pintados con aerosol en la camiseta, las clausuras parciales de la Bombonera por mal estado y una larga racha sin títulos locales e internacionales.
Pero Carlos también entró en el corazón de los adolescentes, que con el sentimiento a flor de piel, festejaron los títulos y experimentaron lo que sus padres, madres, abuelas y abuelos les contaban acerca del Viejo Boca vencedor. Sí, de ese club que se plantaba en cualquier cancha, le competía a los rivales de mayor envergadura y se llenaba el escudo de estrellas gracias a nuevas e inolvidables hazañas.
Como si todo lo anterior fuese poco, Carlos, el hombre de pelo blanco y enrulado que devolvió la alegría, también se ganó un lugar en los que no disfrutaron en vivo y en directo su etapa más exitosa como técnico boquense. Su legado, que no tiene fecha de vencimiento y puede encontrarse en libros o en plataformas digitales, demuestra que hay cosas que le ganan al tan temible paso del tiempo.
Es un 50% para ellos y un 50% para nosotros
Carlos Bianchi
“Es un 50% para ellos y un 50% para nosotros”, fue el mensaje que les bajó Carlos Bianchi a los jugadores antes del partido en Tokio. Fiel a su estilo, simplista y sin tanto misterio, el entrenador más exitoso de la historia de Boca preparó la final ante el Madrid sin traicionar a sus convicciones. Y al igual que ocurrió con los hinchas, el Virrey también logró meterse en los futbolistas, que lo respaldaron dentro del campo y siguieron al pie de la letra su plan.
Hoy, a 20 años de uno de los triunfos más resonantes de la rica historia de Boca, se pueden elogiar diversas cuestiones sobre lo que ocurrió aquel día. Pero cada análisis, debate u opinión debería empezar por el verdadero padre de esta criatura, el señor Carlos Bianchi.
Seguramente el partido contra el Real Madrid en Japón no fue el mejor de Román con la camiseta de Boca. Palmeiras en el Morumbí o contra Gremio en las dos finales de 2007 quizá sean actuaciones individuales superiores. Pero ese partido jugado en el Estadio Nacional de Tokio, Riquelme, Román, se dio a conocer al mundo del fútbol.
Fútbol de barrio: pisada por acá, pisada por allá, giro, aguantar la pelota, por el cuerpo, darle respiro al equipo en algunos momentos, darle aire al equipo en otros, controlar el juego, desquiciar al rival y asistir a sus delanteros. Esto es un resumen de lo que hizo Román esa tarde noche fría en Tokio.
Venía con molestias toda la semana previa, pero no se quería perder tan ansiado choque. Bianchi sabía que lo tenía que cuidar para darle la posibilidad de consagrarse. Y, finalmente, Román jugó como mejor lo hacía, sin ningún tipo de respeto futbolístico por nadie. Makélélé lo siguió por toda la cancha sin posibilidad de pararlo. Geremi nada más lo podía parar con infracciones. En un abrir y cerrar de ojos, asistió y Delgado primero y a Palermo después. Boca ganaba en Japón y el baile acababa de comenzar.
Cuando terminó el partido, fue a mostrar sus respetos a Luis Figo, al que pidió la camiseta, previo paso de uno de los abrazos más emotivos de la historia de Boca. Román abrazaba a Bianchi y los dos casi lloraban de alegría. No se entiende el uno sin el otro, algo que se vio durante toda la carrera futbolística de Riquelme.
Román ya no solo era conocido en Argentina y en Sudamérica. Riquelme ya era algo más grande, relevante a nivel mundial. Y Japón le dio la chance de mostrarlo.
La vida de Martín Palermo nunca fue fácil. Tanto en lo personal como en lo futbolístico. Desde pérdidas personales a lesiones que casi lo dejan afuera de la actividad profesional. Palermo siempre se superó, pero no gambeteando todos los obstáculos, sino derribándolos a base de goles. Muchos goles.
El ‘Titán’ llegó a Boca desde Estudiantes y poco a poco se fue ganando el corazón del hincha de Boca. Goles con la zurda, goles con la derecha, de cabeza (perdí la cuenta de cuántos), de rebote (sí, también perdí la cuenta), de taquito, de tijera, de chilena, con las dos piernas, lesionado, desde mitad de la cancha… y un sinfín más.
Palermo llegaba a Japón para jugar con el Real Madrid tras un año convulso. Una lesión de ligamentos en la rodilla lo dejó afuera de las canchas mucho tiempo. Contra River a mitad de año volvió. A lo grande. Con uno de los goles más gritados en la historia de La Bombonera. Y después se preparó para hacer historia.
No era el mejor técnicamente, pero era el mejor de cara al arco. No pensaba, definía. No dudaba, metía goles. El que más tarde se convertiría en el máximo goleador de la historia del club, esa tarde en Tokio tardó menos de 10 minutos en batir dos veces a Casillas. Primero, a pase de Delgado. Después, a pase de Riquelme.
Martín no se lo podía creer. El partido estaba donde Bianchi había avisado que podía estar. Ahora, había que aguantar a todo un Real Madrid. Pero él junto al resto del equipo, lo conseguiría. La llave del auto del patrocinador era para él. La felicidad plena, también. Sabía que tenía un lugar guardado en la historia de Boca, lo que no sabía era que ese lugar iba a ser cada vez más y más grande.
La historia de Boca es demasiado grande como para intentar explicarla con lo acontecido en un solo día. Sin embargo, hay momentos que producen un quiebre y necesitan un análisis particular para poder comprenderlos. El 28 de noviembre de 2000 se vio algo inédito para esa época: cerca de 10 mil xeneizes cruzaron el mundo para alentar al equipo en la final de la Copa Intercontinental, ante el Real Madrid, en Japón.
El Estadio Nacional de Tokio, sede de aquel inolvidable juego, fue testigo de un fenómeno que hasta el día de hoy sigue siendo recordado. Las tribunas se tiñeron de azul y oro, la bandera gigante fue foco de miles de cámaras digitales y el grito de “este año no paramos hasta ser campeón mundial” retumbó a más no poder en tierras niponas.
Juan Manuel, uno de los tantos privilegiados que vieron como el Boca de Bianchi batió al poderoso elenco madridista, charló en exclusiva con As y revivió momentos de aquella travesía inolvidable. Con apenas 15 años, el joven tuvo la suerte de viajar junto a su familia y ni el paso del tiempo podrá borrarle los recuerdos de su retina: "Lo primero que me acuerdo es cuando bajaron el telón antes de que empiece el partido. No podía creerlo. Estaba viendo las mismas cosas que había visto mil veces en la Bombonera pero en Tokio y con un frío increíble".
Con la voz quebrada, al borde de la emoción, se mete en el túnel y viaja en el tiempo para expresar lo que sintió en el momento que el árbitro Ruiz dio por finalizado el encuentro: "Es la primera vez que me emociono contándoselo a alguien. Quizá es porque estamos más sensibles por esta cuarentena, no sé, pero es increíble. El sueño de cualquier hincha es ir a Japón y ver a tu equipo campeón del mundo, y yo tuve la dicha de verlo dos veces. Cuando terminó el partido, nos abrazamos con mi viejo al grito de ‘somos campeones del mundo’, no lo podíamos creer. Pasaron 20 años y todavía tengo las cosas guardadas en la cabeza. No se borran más".
Pablo Batlle, otro de los boquenses que habló con As para recordar el campeonato, cierra los ojos y cuenta su relato con tantos detalles que logra volver, aunque sea por un segundo, a aquellos días en la capital japonesa. La particularidad de este hincha es que no es solo un hincha, sino además un coleccionista apasionado por Boca que hoy en día conserva tesoros de aquella final histórica: "Apenas llegué fui a un puesto de revistas para buscar algunas ediciones deportivas y en el medio encontré la dirección de una casa de deportes que vendía productos oficiales del partido: remeras, buzos, llaveros, pings, entre otras cosas. Me volví loco y me fui hasta ese lugar. Ellos no hablan inglés, pero me di maña para llegar. La situación económica ayudaba mucho, estaba el 1 a 1, por eso hasta me compre dos veces la misma cosa. Hoy las conservo con bolsa y etiqueta".
Pero más allá de los accesorios y el merchandising oficial, que empezaban a decorar el viaje, él sabía que estaba allí para algo más importante: ver al club de sus amores competir en una final del mundo. Los nervios y la adrenalina comenzaron mucho antes de que el árbitro de inicio al partido, por eso Pablo recuerda la previa con una sonrisa que, por más que no pueda verse durante la entrevista, se expande por toda su cara: "Llegamos varias horas antes del partido y esperamos todos en un playón. Micros, micros y más micros con gente de Boca. Ahí empezamos a tomar dimensión de lo que éramos. Llega La 12, saca el telón, lo entramos caminando en los hombros y empezamos a colgar las banderas adentro. Algunas en la popular, otras en la platea, donde se podía. Cuando terminamos todavía faltaban como 2 horas para el partido. Y ahí, en ese momento, varios nos pusimos a llorar. Era un sueño".
Al igual que Juan Manuel, él también habló de lo que vivió en el momento de los goles de Palermo y contó cómo es soportar una final en la que a los 6 minutos de comenzado el partido, tu equipo ya está ganando por 2 a 0: "Los primeros dos goles nos schockearon muchísimo, nos mirábamos sorprendidos en la tribuna. Estábamos en un sueño del que nos despertó Roberto Carlos y de ahí en más sufrimos durante 90 minutos. Los últimos 5 minutos los viví como ninguna otra cosa en mi vida. Me la pasé mirando el tablero que tenía enfrente todo el tiempo".
Iker Casillas volea la pelota, el pitido del juez se siente en todo el estadio, Martín abraza a Guillermo Barros Schelotto, Juan Román Riquelme llora de emoción y Carlos Bianchi deja en claro que él a Japón no va a pasear. Mientras todo eso pasa, la parcialidad xeneize toca el cielo con las manos y abraza, una vez más, a la gloria eterna: "El momento de salir campeón del mundo es inigualable, estás como en otra dimensión. Se me vinieron recuerdos de otros partidos, de ir en colectivo a la cancha de Vélez a ver a Boca en la década del 80, pensando en cuándo se nos iba a dar. Los que vivimos la crisis económica del club, la Bombonera clausurada, la final perdida con Newell's, entre tantas otras cosas, sentíamos eso. Por eso esto fue lo máximo. Cuando sonó "We Are The Champions" nos abrazábamos con todos, le dábamos besos a los japoneses, una locura".
Estábamos en el estadio y faltaban dos horas para el partido. Varios nos pusimos a llorar. Era un sueño
Pablo Battle, hincha de Boca
Escuchar o leer los testimonios de Juan Manuel, de Pablo y de los tantos que tuvieron la fortuna de presenciar uno de los momentos históricos de la vida de Boca es mantener viva la llama de aquella final. Ni el paso del tiempo ni las nuevas victorias podrán opacar lo que sucedido un día como hoy, pero hace 20 años.
Al gran pueblo bostero, ¡salud!