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La mudanza del Monumental: un debate con la cancha embarrada

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“Que Macri se saque un poquito la camiseta y me venda la tierra”, desafió, en tono jocoso, un envalentonado Rodolfo D’Onofrio al Presidente de la Nación. Fue hace poco más de una semana, en una entrevista que le brindó a CNN en Español, todavía disfrutando de las mieles del inolvidable triunfo sobre Boca en Madrid.

En ese mismo reportaje, el mandatario riverplatense se extendió por primera vez en público acerca de su idea de trasladar el estadio “a 600 metros” de donde está ubicado hoy en día. Los terrenos apuntados se encuentran justo detrás del Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA), en el Bajo Núñez, a orillas del Río de La Plata.

“Che D’Onofrio, no rompas las pelotas, la cancha no se vende, la cancha no se toca”, entonó como respuesta una fracción no menor de la hinchada mientras se consumaba la derrota del campeón de América ante Patronato. Por primera vez desde que se inició en 2013, la gestión actual encontró resistencia expresa en las tribunas.

Lo cierto es que el tema estuvo mal barajado en River desde un comienzo. El oficialismo, primero con la mira puesta en las elecciones de 2017 y luego especulando con la inigualable legitimidad que podría darle la obtención de la última Copa Libertadores, dejó correr los rumores que hablaban sobre la mudanza y planificó el futuro del Monumental puertas adentro.

En ese contexto, la oposición tomó la iniciativa y salió a denunciar a los cuatro vientos que se trataba de una maniobra oscura, que el Gobierno de la Ciudad quería los terrenos para hacer negocios inmobiliarios y que el cambio de ubicación a un sector casi inexplorado de Buenos Aires sería dañino para la institución.

Si bien no todo el d’onofrismo está de acuerdo con el proyecto que promueve el presidente, quienes lo acompañan en esta empresa aducen que los cimientos de la cancha no resistirán mucho más el paso del tiempo, que las refacciones necesarias llevarían varios años en los que el equipo perdería la localía y que además serían casi tan costosas como levantar una estructura nueva y más moderna.

Tras los inocultables cánticos de este domingo, cada cual intentó llevar agua para su molino: quienes se oponen a la idea de irse de Figueroa Alcorta y Udaondo señalaron la manifestación como la voz unánime del hincha, mientras que los que se entusiasman con mudarse la calificaron como una acción digitada políticamente e impulsada por una minoría intensa. Ninguna de las dos cosas es cierta.

En River, mientras los dirigentes llevan adelante la discusión en términos de acusaciones, los socios comienzan a hacerse eco de un tema que los involucra pero que hasta el momento se manejó a espaldas de ellos.

Hay quienes pretenden más comodidades, mejores asientos o una platea que no esté separada del campo de juego por una pista de atletismo en desuso. También quienes tienen un vínculo sentimental con el Monumental, con sus pasillos, sus escaleras y sus historias, que son las de muchas personas y familias, construidas durante más de 80 años. En cualquiera de los dos casos, se trata de deseos o sensaciones opuestas pero genuinas.

El camino elegido para el debate por quienes ocupan cargos en el club no parece haber sido el adecuado. El clima se enturbió a tal punto que mientras unos apuestan a la prepotencia, los otros ni siquiera están dispuestos a escuchar una propuesta concreta.

Quizá lo correcto sería que D’Onofrio volviera a fojas cero y, en lugar de hacer una chicana pública sobre la adquisición de una nueva plaza para el estadio, se juntara con grupos de socios, les revelara las bondades de la mudanza que propone y les aclarara los costos, los términos y los plazos del proyecto, para que luego sean ellos quienes tengan las herramientas para tomar la decisión final. De lo contrario, en la confusión, la disputa quedará planteada casi como un ataque a la que desde 1938 es la casa de River. Y, por supuesto, no son pocos los que estarán dispuestos a defenderla.