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SELECCIÓN

Entrar por la ventana y ser campeones, la última ilusión

Resignados desde hace demasiados años, los argentinos nos hemos acostumbrado a buscar en la magia razones para sostener la ilusión de ser campeones de nuevo.

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Moscow (Russian Federation), 21/06/2018.- Supporters of Argentina react as they watch a broadcast of the FIFA World Cup 2018 group D preliminary round soccer match between Argentina and Croatia in the FIFA Fan Fest area in Moscow, Russia, 21 June 2018. Croatia won the match. (Croacia, Mundial de Fútbol, Moscú, Rusia) EFE/EPA/MAXIM SHIPENKOV
MAXIM SHIPENKOVEFE

Historias de ventanas. Resignados desde hace demasiados años a no encontrar respuestas futbolísticas en la cancha a través del juego de la selección, los argentinos nos hemos acostumbrado a buscar en la magia razones para sostener la ilusión de volver a levantar alguna vez un título mundial.

Se mira con lupa cada paso, cada hecho, para tratar de encontrar semejanzas con momentos más felices –básicamente con 1986-, se intenta repetir cábalas –como el finalmente frustrado partido en Israel- o directamente se recurre a la presencia de un brujo. Todo vale para no rendirse a la evidencia de un equipo que camina a los tumbos por motivos propios y desprolijidades ajenas.

El nuevo talismán del que agarrarse es una ventana. Por ella se metió Argentina en Rusia 2018, clasificando a última hora y remontando un prematuro 0-1 en contra en la altura de Quito en la fecha de cierre de las eliminatorias. Por ella se quiere colar el martes en los octavos de final del Mundial, después de dos partidos plagados de errores, pensando que una vez en la fase de eliminación directa surgirá de la nada una selección diferente y de mayor vuelo futbolístico.

Se recurre entonces a las no muy lejanas experiencias de San Lorenzo y River en la Copa Libertadores, que atravesaron sus respectivos grupos casi de milagro y pendientes de la radio en la última fecha para acabar levantando el trofeo unos meses más tarde. Y sobre todo, a lo ocurrido en la Copa del Mundo de 1982, aunque el episodio no tuviera a la selección argentina como protagonista.

Viajemos entonces a la España de aquel año. El Grupo 1, jugado íntegramente en Galicia, estaba compuesto por Italia (gran favorita), Polonia, Perú y un combinado que en esos años resultaba exótico: Camerún.

La primera fecha no registró goles. La igualdad entre italianos y polacos se consideró en cierta medida lógica. La que se dio entre peruanos y cameruneses llamó más la atención, porque se consideraba a Perú un candidato a pelear el segundo puesto con los centroeuropeos.

En la segunda jornada los africanos volvieron a sorprender: 0-0 con Polonia. Italia no pudo con Perú. Fue 1-1, con goles de Bruno Conti y empate de Rubén Toribio Díaz a 7 minutos del final. Todo quedó abierto para la fecha de cierre. Ahí se destaparon los polacos: 5-1 a los sudamericanos y líderes en la tabla del grupo.

La segunda plaza, en cambio, no se definió hasta el silbato final. Francesco Graziani abrió el marcador para Italia a los 15 del complemento. El camerunés Grégoir M’Bida igualó un minuto más tarde. La azzurra sufrió pero acabó clasificando. Empató sus 3 encuentros, igual que Camerún, pero entró por su mayor cantidad de goles a favor (2 a 1). Es decir, por la ventana.

Lo que pasó después es conocido. Encadenó 4 victorias al hilo -Argentina, Brasil, Polonia y Alemania- hasta levantar la Copa en el Santiago Bernabéu.

El mínimo fútbol expuesto hasta la fecha, la depresión de Lionel Messi y la confusión que reina en torno a la selección argentina no permiten grandes expectativas. Pero para esto sirven los antecedentes: para creer que pueden repetirse y que un equipo es capaz de surgir de golpe, casi de la nada, y acabar consagrándose campeón. Así de fácil. Como por arte de magia.